Esta
vez la lluvia pasó en la noche anterior y sólo se mandó una pequeña broma a las
cinco y media de la tarde del sábado con
unas nubes negras que siguieron rumbo al Nordeste dejando algunas gotas
como para fastidiar nomás. Se sabía que calor no iba a hacer seguro pero era
cuestión de procurarse algún abrigo. Todos los caminos condujeron a Bunge. Para
las diez de la noche el público ya había ocupado la totalidad de las mesas y
seguía ingresando por todas las bocas de acceso. Se estima que cerca de 6.000
personas vivieron la clausura del carnaval.
No sabemos si todos pueden sentir, piel adentro lo que capta el corazón de los de acá cuando el corso se pone en marcha. Unos días de lo peor en lo climático, otra vez la improvisación apurando las cosas, extenuando a todos para llegar a tiempo, pero el carnaval está y cuando pasa deja una nostalgia insoportable. La emoción volvió a convocar. Mas allá de diferencias naturales o circunstanciales , de pronto se puede experimentar que es tan fuerte lo que nos une que nada puede separarnos y por eso otra vez una legión de laburantes se bancaron todo: viento; lluvia; humo y frío. ¿Importaba tanto?; absolutamente: ¡No!. Aún se escucha en las esquinas; en el autoservicio; en la panadería; en la cola del banco lo lindo que fue todo y lo lindo que sería mejorar tal y cual cosa. No hay que engañarse; somos tan emotivos que ahora construimos castillos y, en tres semanas todo pasará nuevamente al olvido, hasta que la llegada de un nuevo año nos recuerde que están cerca los carnavales y que estaría bueno hacer algo. No es Guleguaychú; no es Lincoln; no es General Villegas siquiera con su medio millón de pesos en premios y magníficas comparsas, algunas de las cuales también disfrutamos por acá; es simplemente el corso de Bunge; el de las pocas luces; el de los pibes que te llevan por delante tirando nieve o te sacuden la mesa para hacerte derramar la gaseosa; el de los "doscientos palpitantes corazones" como nos enseñó a decir el, por momentos insoportable Sienra al que al final hemos adoptado y aprendido a querer para acompañar a Jarri, Peco y Mónica en la locución; esos doscientos que ensayan; bailan y tocan con la sangre a 7.000 revoluciones, ¡por el sandwich y la Coca! Es el corso de Bunge que, no se sabe bien porque, revive cada año, desde la memoria de los viejos corseros, desde la fuerza de los nuevos. Es este corso de Bunge que no se parece a ninguno, que no tiene en apariencia nada de extraordinario pero que produce vibraciones que no se consiguen en muchas partes. Solo hay que darse una vuelta por la vieja calle Europa que desde hace cien años se acostumbró a la fiesta grande de un pueblo chico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario